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La crisis en Latinoamérica: el fallo en nuestra cultura y educación

  • Francesca Muñoz
  • 13 feb 2020
  • 4 Min. de lectura

Se dice que no es bueno discutir con amigos u otros ni de política ni de religión. Nos cerramos a comentar sobre nuestras ideologías, evitamos conflictos o simplemente hacemos caso omiso a la realidad de nuestras comunidades. Son pocos aquellos que traen a la luz temas de injusticias, esto mayormente porque no nos educamos lo suficiente al respecto o nos rehusamos a creerlo. Sin embargo, al tratar de discutir estos temas en foros o conversaciones con amigos u otros espacios lo difícil, a mi entender, es intentar ponerse en la posición de los otros.

Tendemos a defender nuestra posición sin preocuparnos que, la gran mayoría de las veces, nuestros interlocutores no ostentan posiciones de privilegio, o han pasado por situaciones traumáticas, o los suyos las han pasado, o peor, como diría una vieja opción de exámenes: “todas las anteriores”. Dicho esto, y aceptando que nadie puede comprender la real situación del otro si no la ha vivido, expongo algunas razones por las cuales creo que Latinoamérica debe variar sus acciones y procesos educativos para enfrentar estos tiempos.

Se puede entender la pobreza, pero vivirla y luego aceptar sus consecuencias no es lo mismo. Entiendo ahora la importancia que tiene la educación y el conocimiento en general en la lucha que deben librar los pueblos de Latinoamérica para salir de la opresión, la desigualdad y la miseria. Solo con un cambio radical en nuestra estructura educativa y en nuestras taras culturales, saldremos de esta crisis. Pero, además, y a la luz de los hechos de corrupción destapados recientemente como el de la sobrevaloración y adjudicación de obras públicas a una sola empresa, falta de distribución de recursos y negligencia, encuentro que hay un enemigo aún más fuerte por vencer: nuestras propias autoridades.

La historia de nuestros pueblos nos indica que, sin importar el tipo de gobierno, en democracia o en dictadura, nuestra gente ha sido constantemente traicionada por los gobernantes, y la voz de las víctimas se silencia hasta el punto en el que se hace caso omiso a su existencia.

Hablamos de igualdad de credo, de derechos como la educación y la salud, del respeto a la dignidad de todas las personas, debatimos y proponemos, pero ¿acaso alguna de nuestras propuestas se cumple? Y aun cuando quizás nuestros países han mejorado en el cumplimiento de alguna, ¿no queda claro que la corrupción siempre nos hace retroceder?

Se sabe que los niveles de desigualdad en Latinoamérica son los más altos en el mundo, ya que al menos dos de cada cinco personas viven por debajo del nivel de pobreza. Estas cantidades han ido mejorando con el paso del tiempo, pero falta aún demasiado. Se estima que un 12.4% de la población de la región vive con un ingreso menor a USD $2. Es decir, sin poder atender siquiera sus necesidades básicas, ¿podrán acaso mejorar su educación de forma sostenible?

Cada año, aproximadamente 22.1 millones de niños y adolescentes en América Latina no asisten a la escuela o están a un paso de desertar (Unicef, 2017). Esto es inquietante y absurdo.

Las estadísticas presentadas anteriormente nos llevan a pensar en un resultado clave para uno de los principales problemas en Latinoamérica: la falta de oportunidades. Tenemos cerca de 22.1 millones de futuros líderes que no podrán serlo. ¿Podrían algunos haber cambiado nuestra infame historia? Nunca lo sabremos. La educación, la buena educación, es considerada un negocio más que un derecho. Los menos favorecidos deben intentar sobrevivir en un mundo cada vez más competitivo sin las herramientas adecuadas. Y cuando creen tener la fuerza y esperanzas suficientes para salir de su frustración, la realidad los devuelve a ese estado de cólera y resignación en que se encuentran siempre. El talento humano se encuentra en cada sector, las oportunidades, por desgracia, no.

Me parece que ha llegado el momento de actuar, de exigir a nuestras naciones. Contamos con armas que las generaciones pasadas no tuvieron: la tecnología avanzada en comunicaciones y el poder de educarnos y hacer escuchar nuestra voz a través de la internet, empleando también las redes sociales. Estas son armas accesibles a la gran mayoría, incluso para aquellos cuya voz no es escuchada, nuestro ejército de mudos revolucionarios. Redefy y otras organizaciones siendo un claro ejemplo de esto, de que tenemos una voz que puede ser escuchada y que vale por igual a aquellos que tratan de quitárnosla.

Imaginar el poder que tendrían estos millones de jóvenes sin voz, los mudos, armados con estos dispositivos, con internet gratuito en sus escuelas, para aprender, comprender y luego aportar a nuestras sociedades, me hace creer en un mundo nuevo, sin precedentes, más justo y libre. Sin embargo, en Panamá solo el 47% de las escuelas tienen derecho a esto, comparados a países como Colombia y Costa Rica que superan el 80-90%.

Exijamos internet gratis no solo para estar conectados entre nosotros, usémoslo como una oportunidad de conectar al mundo, la oportunidad para estas comunidades alejadas de nosotros, olvidadas, para esos 22.1 millones de latinoamericanos que pueden cambiar nuestra historia.

Es vital la búsqueda de una mejoría para Latinoamérica, esto solo será impulsando la educación y el conocimiento y la cultura en general empleando la tecnología y reorientando los recursos que se obtienen en la educación particular en nuestros países. Vemos casos de corrupción de millones de dólares y muy rápidamente si nos ponemos a calcular se entiende que con esto cientos de escuelas, hospitales o carreteras podrían construirse para el uso público. Vemos que si nos ponemos a escoger mejores líderes quizás tengamos una oportunidad de aprovechar mejor los recursos que sí existen en nuestros países; que si nos unimos podemos reclamar lo que otros nos han robado desde hace años. Que es posible un mejor Panamá, una mejor región y una mejor Latinoamérica para todos.

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